¿Quién es el escritor invisible?, os preguntareis. Hagamonos antes otras preguntas. ¿Quién ha escrito, por ejemplo, El Señor de los Anillos? Estoy convencida de que el nombre de Tolkien se os ha venido a la mente en menos de un segundo. Incluso a los que no os habéis leído el libro, ¿a que sí? También sé que la inmensa mayoría de los fans españoles de la saga se la han leído en español, ¿verdad? Sin embargo, ¿cuántos sabríais decirme quién se ha encargado de realizar la traducción de esta magnífica obra? Lo estáis buscando en internet porque no tenéis ni idea de quién fue, ¿no? Tal y como imaginaba.
Quien es el escritor invisible
Pues bien, esta es precisamente la razón por la que a los traductores literarios se nos conoce como «escritores invisibles». Y este sigue siendo un tema de actualidad porque todavía la labor del traductor literario está muy poco reconocida. ¿Por qué no se reconoce nuestro trabajo? Supongo que todavía hay mucha gente que piensa que la de un escritor no se puede comparar a la del traductor. Efectivamente, son trabajos distintos, pero muy parecidos.
De un escritor esperamos que sea creativo, que tenga capacidad de inventarse historias originales y que maneje bien su lengua. Que sepa expresarse correctamente, transmitir lo que pretende y que cautive al lector creando belleza por medio del lenguaje.
Que se pide a una traducción
Por su parte, una buena traducción es aquella que cumple la función para la que está destinada. Por tanto, sea cual sea la intención del escritor del texto original, el traductor debe saber transmitirla mediante su traducción a la cultura meta. Así pues, una traducción de una novela de suspense deberá mantener la incertidumbre; la de una comedia deberá resultar divertida; la traducción de un poema deberá transmitir su mensaje con ritmo y belleza; la de la tragedia debe despertar la compasión del lector; la traducción de una novela de terror debe dar miedo, etc. Para conseguir este objetivo, el traductor literario necesita ser creativo, pues debe encontrar la manera de transmitir lo mismo que el texto original a un público con una cultura diferente.
De este modo, es imprescindible que el traductor se ponga en la piel del escritor del texto para entender los secretos que esconde la obra que tiene entre manos: ¿qué quería transmitir el escritor? ¿Por qué lo ha expresado de esa forma y no de otra? ¿Los dobles sentidos, los juegos de palabras y demás figuras literarias que aparecen se han utilizado intencionadamente? ¿Para qué? ¿Cómo se puede trasladar todo eso a la cultura meta?
Problemas del escritor invisible
Este es el quebradero de cabeza constante del traductor literario. Porque es a la vez lector y escritor con entusiasmo y vocación. Es un inventor de textos que media entre culturas. Un profesional que escudriña cada detalle del texto original y que juega con las palabras para adaptarlas. Transforma el texto original en un texto meta con el mismo mensaje y belleza similar, para que la cultura meta lo entienda y lo acoja con naturalidad.
En cierto sentido, quizá la invisibilidad del traductor debería interpretarse como un halago, porque si los lectores del texto meta lo encuentran tan natural que no perciben la presencia de un intermediario, significa que el traductor ha hecho un trabajo ejemplar. Por otra parte, y retomando el requisito indispensable de la creatividad para ser traductor literario, no estaría de más que en un mundo tan globalizado como este, donde la traducción es imprescindible, nuestro trabajo no estuviese tan a la sombra.
Si un texto traducido te encanta, te engancha y te parece ingenioso o si crees el nombre de un personaje es gracioso, dale las gracias al escritor al que se le ocurrió la idea y también al traductor que se las ingenió para transmitirla. Porque, entre una infinidad de ejemplos dignos de mención, si Bilbo Baggins es Bilbo Bolsón y Winterfall es Invernalia en español, es gracias a la labor de traducción.